Árbol de fuertes raíces
Por Álvaro Rodríguez Abreu
Hace unos meses leía una entrevista a Alejandro González Iñárritu, que más bien se antojaba una lección de cómo hacer cine. En ella, el director mexicano daba una serie de consejos inspiradores para aquellos a los que nos apasiona el séptimo arte. Venía a decir el realizador de 21 gramos (2003), que el cine debe ser una extensión de uno mismo, de las virtudes pero, sobre todo, de las miserias. Subrayaba que para ser director, uno debe ser un luchador nato ante los obstáculos que la vida te plantea. También hablaba, como ya hizo no hace mucho tiempo, del concepto de superhéroes, del que no reparó en volver a expresar lo irreal que le parece. Una visión además, en sus palabras, tóxica para la cultura. «Los humanos son los verdaderos superhéroes», que se lo digan sino a Hugh Glass, el protagonista de su última obra.
Por Álvaro Rodríguez Abreu
Hace unos meses leía una entrevista a Alejandro González Iñárritu, que más bien se antojaba una lección de cómo hacer cine. En ella, el director mexicano daba una serie de consejos inspiradores para aquellos a los que nos apasiona el séptimo arte. Venía a decir el realizador de 21 gramos (2003), que el cine debe ser una extensión de uno mismo, de las virtudes pero, sobre todo, de las miserias. Subrayaba que para ser director, uno debe ser un luchador nato ante los obstáculos que la vida te plantea. También hablaba, como ya hizo no hace mucho tiempo, del concepto de superhéroes, del que no reparó en volver a expresar lo irreal que le parece. Una visión además, en sus palabras, tóxica para la cultura. «Los humanos son los verdaderos superhéroes», que se lo digan sino a Hugh Glass, el protagonista de su última obra.
En su poderosa ópera prima, que le
valió el Gran Premio Semana de la Crítica de Cannes, además del reconocimiento
de Hollywood con la nominación al Óscar a Mejor Película Extranjera, asomaban
con fiereza las primeras inquietudes del mexicano. Amores Perros (2000), es
un tríptico que disecciona la fragilidad humana a partir de un fatídico
accidente en la ciudad de México. Aquí, como en toda su filmografía, los
personajes están llevados al límite, y transitan por una fina línea que los separa del
abismo. Desde este filme, toda su filmografía se conecta a través de una constante: el dolor, que lleva
hasta el extremo en El Renacido.
"Toda la filmografía de Iñárritu se conecta a través de una constante: el dolor, que lleva hasta el extremo en El Renacido."
Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) es
un trampero que forma parte, junto con su hijo, de un grupo de aventureros que
se dedican al tráfico de pieles. Él no es el líder, pero dado su dominio del
territorio, tiene el respeto de "casi" todo el grupo. El "casi" es John
Fitzgerald (Tom Hardy), compañero de expedición, que solo mira
por sus intereses. En lo que respecta a sus actuaciones, ambos están soberbios,
la de DiCaprio básicamente física y más llamativa, pero la Hardy mucho más
compleja, lo cual es digno de mención.
El contexto nos lleva a los albores del siglo XIX, a la Gran Luisiana, donde el terreno solo es apto para supervivientes; el egoísmo de Fitzgerald se encarga de recordarlo: “¿Vida?, ¿De qué vida habla? No tengo vida. Sólo tengo libertad y como la consigo es con las pieles”. En este entorno salvaje, prácticamente virgen, la madre naturaleza es testigo de las luchas infernales entre indios y blancos. Una guerra encarnizada que Iñárritu nos muestra con una contundencia y realismo asombroso, como se puede apreciar en la coreografía de la primera batalla en varios planos secuencias. Pero esto no ha hecho más que empezar. El infortunio de Glass se topa con un oso, que le hará viajar hasta el dolor más profundo de sus entrañas. A partir de aquí, un hombre más cerca de la muerte que de la vida, tendrá que sobrevivir a la pérdida, al abandono, a la inclemencia del tiempo y a la persecución de los indios.
"¿A qué te aferras, Glass?" Se pregunta Fitzgerald (Tom Hardy), que no se explica cómo su rival aún sigue vivo. Su hijo puede ser lo que le mantiene con vida, pues él mismo le alienta susurrándole al oído. Esas palabras se traducen en místicos flashbacks, que le llevan al que un día fue su hogar, donde no por mucho tiempo, pudo vivir en paz. “Mientras aún puedas sostener un aliento, sigue peleando” es la frase que después de una tragedia Glass le inculca a su heredero. Sin duda, este podría ser el leit motiv de la película, representado por Iñárritu a través de una simbología con una potente carga religiosa, como la espiral dibujada en la cantimplora, representación de la reencarnación o la campana, señal de Dios y fortaleza existencial.
Pero no todo es sufrimiento y estupor. Junto a la descarnada virulencia de Iñárritu, reluce una música envolvente, pero sobresale especialmente la belleza contemplativa que Emmanuel Lubezki impregna a sus imágenes. El Chivo compone una fotografía dotada de una pureza y pasión sin igual, a pesar de las dificultades climatológicas y la ausencia de luz artificial. El resultado es una simbiosis perfecta, abrumadora, hay que decirlo, pero qué menos para una odisea de tal magnitud.
Tom Hardy interpreta a John Fitgerald |
El contexto nos lleva a los albores del siglo XIX, a la Gran Luisiana, donde el terreno solo es apto para supervivientes; el egoísmo de Fitzgerald se encarga de recordarlo: “¿Vida?, ¿De qué vida habla? No tengo vida. Sólo tengo libertad y como la consigo es con las pieles”. En este entorno salvaje, prácticamente virgen, la madre naturaleza es testigo de las luchas infernales entre indios y blancos. Una guerra encarnizada que Iñárritu nos muestra con una contundencia y realismo asombroso, como se puede apreciar en la coreografía de la primera batalla en varios planos secuencias. Pero esto no ha hecho más que empezar. El infortunio de Glass se topa con un oso, que le hará viajar hasta el dolor más profundo de sus entrañas. A partir de aquí, un hombre más cerca de la muerte que de la vida, tendrá que sobrevivir a la pérdida, al abandono, a la inclemencia del tiempo y a la persecución de los indios.
"¿A qué te aferras, Glass?" Se pregunta Fitzgerald (Tom Hardy), que no se explica cómo su rival aún sigue vivo. Su hijo puede ser lo que le mantiene con vida, pues él mismo le alienta susurrándole al oído. Esas palabras se traducen en místicos flashbacks, que le llevan al que un día fue su hogar, donde no por mucho tiempo, pudo vivir en paz. “Mientras aún puedas sostener un aliento, sigue peleando” es la frase que después de una tragedia Glass le inculca a su heredero. Sin duda, este podría ser el leit motiv de la película, representado por Iñárritu a través de una simbología con una potente carga religiosa, como la espiral dibujada en la cantimplora, representación de la reencarnación o la campana, señal de Dios y fortaleza existencial.
Pero no todo es sufrimiento y estupor. Junto a la descarnada virulencia de Iñárritu, reluce una música envolvente, pero sobresale especialmente la belleza contemplativa que Emmanuel Lubezki impregna a sus imágenes. El Chivo compone una fotografía dotada de una pureza y pasión sin igual, a pesar de las dificultades climatológicas y la ausencia de luz artificial. El resultado es una simbiosis perfecta, abrumadora, hay que decirlo, pero qué menos para una odisea de tal magnitud.
Lo mejor: La alternancia del vértigo de la cámara de Iñárritu con la poesía contemplativa, que rezuma la fotografía de Lubezki.
Lo peor: Puede resultar abrumadora para un público más sensible.
Ficha técnica
Dirección: Alejandro González Iñárritu. Título original: The revenant. País: USA. Año: 2015. Duración: 156 min. Género: Drama. Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Will Poulter, Domhnall Gleeson, Lukas Haas, Paul Anderson. Guion: Mark L. Smith, Alejandro González Iñárritu (Novela: Michael Punke). Música: Ryûichi Sakamoto y Alva Noto. Fotografía: Emmanuel Lubezki
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