Por María José Agudo @Mary_Agurod
Las feel good movie o películas de buen rollo no suelen tener muy buena prensa, aún cuando por lo general, consiguen encandilar a numerosos espectadores. Se les critica su tendencia al buenismo y su calculado manejo de emociones, algo que ya Capra dominaba a la perfección. En un mundo cada vez más obsesionado por ser feliz, este cine de naturaleza optimista se convierte en un alivio para nuestros, a veces, maltrechos corazones. Son la auto confirmación de ese dicho tan popular: "Dios aprieta pero no ahoga". El efecto que provocan a la salida del cine suele ser de una vitalidad contagiosa, algo que no viene mal en tiempos de hipermedicación contra la depresión.
Sin abusar del azúcar y con mucho humor negro, llega a nuestras pantallas Nuestro último verano en Escocia (What we did on our Holiday), el último ejemplo de film que podría encajar dentro de este subgénero. Una comedia que fue Premio del Público en la Seminci de Valladolid, y que tiene en su dirección de actores una de sus mayores fortalezas. Prácticamente, todo el reparto está estupendo y creíble en sus respectivos papeles, incluida una Rosamund Pike que aún perdura en nuestra memoria por su brillante composición de Amy en Perdida. Aquí exhibe un rol totalmente diferente (mucho más liviano), pero indicativo de lo camaleónica que puede resultar esta actriz británica.
Pero si el plantel adulto da la talla, muy especialmente el personaje entrañable del abuelo (interpretado por el veterano actor escocés Billy Connolly), hay que llamar la atención al espectador sobre los tres retoños del matrimonio de ficción que conforman Doug y Abi. A día de hoy no es fácil toparse con unas interpretaciones infantiles como las que aquí se consiguen: naturales, divertidas y nada repelentes. Parece de perogrullo pero aquí los niños (salvo en algún momento crucial) parecen de verdad niños: con sus ocurrencias, su fantasía desbordante, su capacidad para poner a los adultos en un aprieto o su insospechada madurez. Esta última característica está subrayada a lo largo de diferentes escenas, y se diría que hay momentos en donde los pequeños son más sensatos que los adultos que los rodean.
Los tres hijos son por tanto cruciales en la trama escrita por los británicos Andy Hamilton y Guy Jenkin (responsables de la serie inglesa Outnumbered) y creadores acostumbrados a trabajar con menores, algo que sería la pesadilla de Alfred Hitchcock. Ellos son el motor de una película que se pasa en un suspiro y que no deja de ser un canto a la vida, la vida de cualquier mortal, la que tiene buenos y malos momentos, la que incluso cuando muestra su peor cara, como dice el personaje del abuelo, no quieres que se acabe.
Algunos lectores pensarán que me he dejado llevar por el almíbar o el mantra del "carpe diem" que rezuman este tipo de películas, pero nada más lejos de la realidad. Aunque Nuestro último verano en Escocia coquetee con la sensiblería y tire de tópicos, sabe ser ácida, locuaz y también crítica con los comportamientos de aquellos que ya hemos sobrepasado la infancia (al menos en apariencia).
Las feel good movie o películas de buen rollo no suelen tener muy buena prensa, aún cuando por lo general, consiguen encandilar a numerosos espectadores. Se les critica su tendencia al buenismo y su calculado manejo de emociones, algo que ya Capra dominaba a la perfección. En un mundo cada vez más obsesionado por ser feliz, este cine de naturaleza optimista se convierte en un alivio para nuestros, a veces, maltrechos corazones. Son la auto confirmación de ese dicho tan popular: "Dios aprieta pero no ahoga". El efecto que provocan a la salida del cine suele ser de una vitalidad contagiosa, algo que no viene mal en tiempos de hipermedicación contra la depresión.
Sin abusar del azúcar y con mucho humor negro, llega a nuestras pantallas Nuestro último verano en Escocia (What we did on our Holiday), el último ejemplo de film que podría encajar dentro de este subgénero. Una comedia que fue Premio del Público en la Seminci de Valladolid, y que tiene en su dirección de actores una de sus mayores fortalezas. Prácticamente, todo el reparto está estupendo y creíble en sus respectivos papeles, incluida una Rosamund Pike que aún perdura en nuestra memoria por su brillante composición de Amy en Perdida. Aquí exhibe un rol totalmente diferente (mucho más liviano), pero indicativo de lo camaleónica que puede resultar esta actriz británica.
Pero si el plantel adulto da la talla, muy especialmente el personaje entrañable del abuelo (interpretado por el veterano actor escocés Billy Connolly), hay que llamar la atención al espectador sobre los tres retoños del matrimonio de ficción que conforman Doug y Abi. A día de hoy no es fácil toparse con unas interpretaciones infantiles como las que aquí se consiguen: naturales, divertidas y nada repelentes. Parece de perogrullo pero aquí los niños (salvo en algún momento crucial) parecen de verdad niños: con sus ocurrencias, su fantasía desbordante, su capacidad para poner a los adultos en un aprieto o su insospechada madurez. Esta última característica está subrayada a lo largo de diferentes escenas, y se diría que hay momentos en donde los pequeños son más sensatos que los adultos que los rodean.
Los tres hijos son por tanto cruciales en la trama escrita por los británicos Andy Hamilton y Guy Jenkin (responsables de la serie inglesa Outnumbered) y creadores acostumbrados a trabajar con menores, algo que sería la pesadilla de Alfred Hitchcock. Ellos son el motor de una película que se pasa en un suspiro y que no deja de ser un canto a la vida, la vida de cualquier mortal, la que tiene buenos y malos momentos, la que incluso cuando muestra su peor cara, como dice el personaje del abuelo, no quieres que se acabe.
Algunos lectores pensarán que me he dejado llevar por el almíbar o el mantra del "carpe diem" que rezuman este tipo de películas, pero nada más lejos de la realidad. Aunque Nuestro último verano en Escocia coquetee con la sensiblería y tire de tópicos, sabe ser ácida, locuaz y también crítica con los comportamientos de aquellos que ya hemos sobrepasado la infancia (al menos en apariencia).
Lo mejor: El reparto, como han trabajado los directores con los niños (otorgándoles libertad en muchas de sus frases), los diálogos más punzantes y negros, el momento de la cuñada (una suerte de ama de casa perfecta que lleva en potencia una Beverly de Los asesinatos de mamá).
De bonus track os dejamos con la deliciosa canción que puede escucharse en la película, ya utilizada en otros films como la también británica Despertando a Ned o El indomable Will Hunting.
Bueno, con que sea una película agradable con la que pasar el rato me conformo.
ResponderEliminarUn saludo.
Más que agradable, te deja una sonrisa.
ResponderEliminarGracias por comentar.
Saludos.