El pasado lunes 19 de enero tuvimos la ocasión de disfrutar, por cortesía de Sensacine, de la premiere en nuestro país del filme alemán La Conspiración del Silencio (Im Labyrinth des Schweigens) en una sesión presentada por su director, el debutante Giulio Ricciarelli, y su actor protagonista, el joven berlinés Alexander Fehling, quienes tras la proyección tuvieron a bien contestar las preguntas del público que llenaba la sala del Cine Proyecciones de Madrid en una charla sobre la que volveremos al final de esta entrada.
Precedida por una muy buena recepción en Alemania, tanto de crítica como de público, la cinta se estrenó en nuestras salas el 23 de enero con la intención de dar a conocer una época sobre la que, tanto la percepción de los propios alemanes como la extranjera, no es para nada acorde con la realidad de lo sucedido en el país teutón.
La película cubre un arco argumental que comienza en 1958, año en el que llega a manos de un joven fiscal de la Fiscalía de Frankfurt información sobre los crímenes cometidos en el campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau y concluye con la celebración de los denominados Juicios de de Frankfurt (1963-1965). En lo cinematográfico se trata, pues, de un drama judicial basado en hechos históricos y personajes reales, con todas las virtudes y defectos que el género suele acarrear. El valor del filme, sin embargo, va más allá, por cuanto arroja algo de luz sobre un periodo histórico que ha sido poco tratado, no ya solo por el cine, sino también por la literatura, la televisión e incluso la educación a todos los niveles.
Tendemos a pensar que, una vez concluida la II Guerra Mundial y celebrados por las potencias aliadas los célebres juicios de Núremberg (1945-1946), Alemania cerró pronto las heridas de su pasado nazi. La colaboración de las potencias occidentales ayudó a tal fin, puesto que la recién nacida República Federal de Alemania se convirtió en una de las principales beneficiarias del Plan Marshall y miembro fundador de las comunidades germen de la Unión Europea (CEE, CECA y Euratom). Y nada más lejos de la realidad. Durante aquellos años, el gobierno del canciller Adenauer tapaba cualquier investigación interna sobre los crímenes cometidos por los nazis, muchos ahora reconvertidos a ejemplares ciudadanos, panaderos, profesores de escuela o funcionarios, como bien refleja el filme. La población alemana desconocía qué era Auschwitz y qué había sucedido allí. Hubo de transcurrir una generación para que los jóvenes alemanes que no habían tenido implicación alguna en el conflicto se preguntasen qué pasó. El joven fiscal Johann Radmann fue uno de ellos y tuvo que vencer todas las trabas que sus propios superiores, la burocracia gubernamental y, en definitiva, el sistema le ponían.
Este es el auténtico “laberinto de mentiras” del que habla el título de la película original (Im Labyrinth des Schweigens), laberinto que está presente en muchos planos y tomas del montaje a modo de pasillos y puertas. Como “salida” al laberinto, los citados Juicios de Frankfurt, a los que se llega mediante un ritmo pausado, quizás demasiado lento, pero con una muy lograda evolución personal del protagonista y varios momentos llenos de fuerza, dramatismo y simbolismo que suponen los momentos álgidos de la película, en contraposición con su aséptico final, el cual se cierra de un portazo, como cualquiera haría tras lograr encontrar la salida a un tortuoso laberinto.
Tras la proyección, muy aplaudida, del filme, la tertulia posterior tomó un cariz eminentemente histórico y político, dejando de un lado el aspecto cinematográfico. No pareció molestarle al director Giulio Ricciarelli, quien disertó ampliamente sobre el significado de su obra, la vasta documentación histórica y la gran fidelidad con la que habían narrado los hechos.
El director y el intérprete principal de La conspiración del silencio. Foto: Sensacine |
En opinión del cineasta italiano, la película trata sobre la memoria, no sobre el castigo o la venganza. Las investigaciones que pusieron en la mesa los fiscales supusieron el inicio de la memoria histórica en Alemania, el descubrimiento de la verdad y un paso necesario para la reconciliación y el futuro. Se trata, además, de un hecho excepcional, por cuanto fueron los primeros juicios en los que un país juzga y condena a sus propios criminales de guerra.
Menos protagonismo cobró en la tertulia Alexander Fehling, el actor principal, quien se limitó a exponer la dificultad que le supuso hacer verosímil la incredulidad del fiscal para con los hechos acontecidos en Auschwitz y las prácticas de las SS, ahora que todos conocemos los horrores perpetrados por los nazis.
El filme supone un homenaje a todas las víctimas de Auschwitz, precisamente ahora que el pasado 27 de enero se cumplía el 70 aniversario de la liberación del campo por tropas soviéticas.
Lo mejor: La caracterización y evolución del personaje protagonista, sobre todo a raíz de cierto giro argumental. Varios momentos inspirados, bien sea por su carga dramática, bien por su fuerza narrativa. Como la frase que le espeta el fiscal jefe de Alexander a éste y que resulta especialmente memorable: ¿Quieres que todos los hijos le pregunten a sus padres si eran unos asesinos? (En la tertulia el director nos explicó que no ocurrió en la vida real, puesto que dicho razonamiento sería impensable en aquel momento y contexto).
Lo peor: El romance del protagonista se nota metido con calzador (lo corrobora el propio realizador al aseverar que ese arco argumental es totalmente ficticio). En su afán didáctico puede resultar plomiza para los no interesados en el contexto histórico.
Un film interesante por su temática, sin duda, pero la dirección me parece más propia de un telefilm que de una obra de estas características. El propio comienzo es bastante vergonzoso, lo que dificulte meterse en la historia. Saludos.
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