domingo, 7 de septiembre de 2014

Los asesinatos de mamá; mi madre es una serial killer


No deja de ser curioso que el monográfico de la revista Versión Original (y ya llevan más de 200 números) que ha tenido mayor aceptación entre los colaboradores, a la hora de querer escribir sobre ese tema, haya sido el de Asesinos en el Cine. Tanto es así que por primera vez se han publicado dos números sobre el mismo tema. Nos hemos matado (afortunadamente no es una expresión literal) por regar las páginas de sádicos, perturbados y mala gente en general. De entre todas estas joyas, yo he escogido a una asesina, la singular ama de casa que protagoniza una de las películas más divertidas de John Waters, Los asesinatos de mamá. 


Os dejo con parte del texto que he escrito, podéis encontrar el resto así como los recomendables artículos de mis compañeros en el enlace que pongo al final del post.

Mi madre es una serial killer

"Escrita y dirigida por John Waters, Los asesinatos de mamá (Serial mom;1994) se enclava dentro de la etapa más comercial de uno de los directores más bizarros y provocadores que ha dado el cine. Hairspray (1988) -la última película en la que participó su fiel amigo de la infancia Harris Glenn Milstead, alias Divine, esa drag oronda venerada por coprófagos de todo el mundo que falleció cuando empezaba a ser menos trash y más popular-, marcó un antes y un después en la carrera del director de Baltimore y le abrió las puertas de  Hollywood, que debió pensar que tras toda esa capa de mal gusto había talento. Así, en la filmografía de Waters se halla una transición entre algunas de sus películas más underground, algunas consideradas de culto como Pink flamingos (1972), a otras más comerciales como esta que nos ocupa, Cecil B. Demente (2000) o Los sexoadictos (A dirty shame, 2004), hasta ahora su última película. 


Y es que hay veces que la palabra comercial no tiene porqué ser sinónimo de falta de personalidad. Sus últimos trabajos siguen teniendo el sello de un autor irreverente, dotado de un particular sentido del humor no apto para todos los públicos, y siempre dispuesto a burlarse y a criticar aspectos de la sociedad norteamericana así como a instituciones supuestamente intocables como la familia, la iglesia, la justicia o los medios de comunicación. En su cine, políticamente incorrecto, se repiten unas constantes como pueden ser las perversiones sexuales, la cultura basura, o la glorificación de la violencia, todo ello revestido casi siempre de un modo cómico, ácido, cutre. Tan cutre que gusta, así es el cine de John Waters, un director muy emparentado con la primera etapa de Pedro Almodóvar, la de Pepi, Luci y Bom o Laberinto de pasiones por ejemplo.

Pero vayamos al tema que nos ocupa, que esto iba de asesinos. Y si se han creído que por preparar pastel de carne, ser una aficionada a la ornitología o reciclar la basura, nuestra protagonista iba a ser menos sanguinaria que algunos de sus homólogos masculinos están muy equivocados. Ya desde un inicio Waters no se anda con rodeos y nos muestra el carácter inflexible de la dulce señora Sutphin. Una mosca amenaza el idílico desayuno de la familia y a Beverly se le transforma la cara. No parará hasta verla aplastada. El asesinato de la mosca es solo un preludio de lo que le espera a otros molestos visitantes.

Y es que Beverly Sutphin lleva en su ADN a una asesina en serie, aunque al principio nadie lo detecte. Ni siquiera uno de los policías encargados de investigar los homicidios en el barrio “hay pocas mujeres tan simpáticas y tan normales como la señora Sutphin”. Quién se va a imaginar que una buena cristiana que reza cada noche, nunca dice palabras malsonantes (“Jamás he pronunciado esa palabra que empieza por p en voz alta y nunca la he escrito” refiriéndose a la palabra polla) y es una férrea defensora de las normas y las costumbres (su última víctima es asesinada por llevar zapatos blancos después de un día de trabajo) esconde una maníaca que acosa a una de sus vecinas llamándola todo tipo de guarradas y que es capaz de asesinar a otra porque tiene la fea costumbre de no devolver al videoclub las películas rebobinadas. Sí, en efecto, Beverly ha enloquecido y no fruto de la menopausia como insinúa en algún momento su comprensivo marido. Obsesionada por la perfección en su cometido de madre modelo, era cuestión de tiempo que un día esa rigidez se volviera contra vecinos incívicos, novios infieles de una hija o pacientes maleducados de su marido."

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