No deja de ser curioso que el monográfico de la revista Versión Original (y ya llevan más de 200 números) que ha tenido mayor aceptación entre los colaboradores, a la hora de querer escribir sobre ese tema, haya sido el de Asesinos en el Cine. Tanto es así que por primera vez se han publicado dos números sobre el mismo tema. Nos hemos matado (afortunadamente no es una expresión literal) por regar las páginas de sádicos, perturbados y mala gente en general. De entre todas estas joyas, yo he escogido a una asesina, la singular ama de casa que protagoniza una de las películas más divertidas de John Waters, Los asesinatos de mamá.
Os dejo con parte del texto que he escrito, podéis encontrar el resto así como los recomendables artículos de mis compañeros en el enlace que pongo al final del post.
Mi madre es una serial killer
"Escrita
y dirigida por John Waters, Los
asesinatos de mamá (Serial mom;1994)
se enclava dentro de la etapa más comercial de uno de los directores más
bizarros y provocadores que ha dado el cine. Hairspray (1988) -la última película en la que participó su fiel
amigo de la infancia Harris Glenn Milstead, alias Divine, esa drag oronda venerada por coprófagos de
todo el mundo que falleció cuando empezaba a ser menos trash y más popular-, marcó un antes y un después en la carrera del
director de Baltimore y le abrió las puertas de Hollywood, que debió pensar que tras toda esa
capa de mal gusto había talento. Así, en la filmografía de Waters se halla una
transición entre algunas de sus películas más underground, algunas consideradas de culto como Pink flamingos (1972), a otras más
comerciales como esta que nos ocupa, Cecil
B. Demente (2000) o Los sexoadictos
(A dirty shame, 2004), hasta ahora su
última película.
Y es que hay veces que la palabra comercial no tiene porqué
ser sinónimo de falta de personalidad. Sus últimos trabajos siguen teniendo el
sello de un autor irreverente, dotado de un particular sentido del humor no
apto para todos los públicos, y siempre dispuesto a burlarse y a criticar
aspectos de la sociedad norteamericana así como a instituciones supuestamente
intocables como la familia, la iglesia, la justicia o los medios de
comunicación. En su cine, políticamente incorrecto, se repiten unas constantes como
pueden ser las perversiones sexuales, la cultura basura, o la glorificación de
la violencia, todo ello revestido casi
siempre de un modo cómico, ácido, cutre. Tan cutre que gusta, así es el cine de
John Waters, un director muy emparentado con la primera etapa de Pedro
Almodóvar, la de Pepi, Luci y Bom o Laberinto de pasiones por ejemplo.
Pero
vayamos al tema que nos ocupa, que esto iba de asesinos. Y si se han creído que
por preparar pastel de carne, ser una aficionada a la ornitología o reciclar la
basura, nuestra protagonista iba a ser menos sanguinaria que algunos de sus
homólogos masculinos están muy equivocados. Ya desde un inicio Waters no se
anda con rodeos y nos muestra el carácter inflexible de la dulce señora
Sutphin. Una mosca amenaza el idílico desayuno de la familia y a Beverly se le
transforma la cara. No parará hasta verla aplastada. El asesinato de la mosca
es solo un preludio de lo que le espera a otros molestos visitantes.
Y
es que Beverly Sutphin lleva en su ADN a una asesina en serie, aunque al principio
nadie lo detecte. Ni siquiera uno de los policías encargados de investigar los
homicidios en el barrio “hay pocas
mujeres tan simpáticas y tan normales como la señora Sutphin”. Quién se va
a imaginar que una buena cristiana que reza cada noche, nunca dice palabras
malsonantes (“Jamás he pronunciado esa
palabra que empieza por p en voz alta y nunca la he escrito” refiriéndose a
la palabra polla) y es una férrea defensora de las normas y las costumbres (su
última víctima es asesinada por llevar zapatos blancos después de un día de
trabajo) esconde una maníaca que acosa a una de sus vecinas llamándola todo
tipo de guarradas y que es capaz de asesinar a otra porque tiene la fea
costumbre de no devolver al videoclub las películas rebobinadas. Sí, en efecto,
Beverly ha enloquecido y no fruto de la menopausia como insinúa en algún
momento su comprensivo marido. Obsesionada por la perfección en su cometido de
madre modelo, era cuestión de tiempo que un día esa rigidez se volviera contra
vecinos incívicos, novios infieles de una hija o pacientes maleducados de su
marido."
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